lunes, 18 de mayo de 2020

 Protocolos naturales fue publicado por Metalúcida, en Buenos Aires, en 2014. A este libro le siguen El sistema del invierno (2015), Los límites del control (2017) y Cuplá (2019). 

 De la prosa de Yamila Bêgné sorprenden la precisión y la frialdad con que presenta sus historias, la monotonía elegante que producen las palabras de sus párrafos y el efecto de extrañeza que nos transmiten. Hay lentitud y amplificación en lo que leemos; distancia. 

 En muchas páginas de este volumen se narran momentos, trozos minúsculos de acciones que, a su vez, forman parte de hechos mayores, como si pusiéramos una secuencia de un cuento en un microscopio. El resultado es extraño y grato a la vez. Sabes que estás frente a un cuento porque se te narra algo, pero, a la vez, las referencias en ese mundo ampliado son vagas y no siempre te llevan a una conclusión o a un hecho puntual. Más bien sientes que estás en un fragmento en el que se te permite ver lo que por lo general no se te permite ver, que es el fondo sobre el que ocurren las cosas y sobre el que superponen las formas y las voces. Es en ese contexto donde notamos lo más importante de estos relatos: el trabajo sobre el lenguaje, su parquedad, su esterilización perfecta para narrar lo que narra.

 Las anécdotas importan menos que el lenguaje que las contiene y aun así encontramos fascinante la lentitud, el tiempo que transcurre entre el movimiento de una mano, los ocho segundos que tardan en brotar las lágrimas de una mujer, el grabado de una línea en una mesa, el diseño e instalación de un aparato que almacena el minuto X de una hora determinada. 

 Sí, a simple vista, estos relatos parecen sólo de ciencia ficción. Si me preguntan, diría que veo en ellos ecos del humor y de la densidad de Bioy Casares, pero también noto una impronta metafísica que le es propia, un deseo de explorar qué hay en los intersticios del tiempo; qué hay entre los minutos y los segundos sobre los que cabalgan las acciones; qué hay en los infradelgados espacios entre los hechos. A veces esa vocación se despliega de manera subrepticia y el narrador enfoca su atención en los fragmentos que nos permiten enterarnos de una historia, pero en otras oportunidades se concentra en la formulación de las posibles (y ficticias) leyes que rigen un universo determinado. Lo fascinante es que, en estos cuentos, «un universo determinado» pueden ser el amor o los milímetros de aire que rodean el cuerpo de un hombre, no importa. Lo que interesa es la búsqueda de lo que está detrás; lo que hace, por ejemplo, que una persona le guste a otra; lo que une lo general con lo particular, y poder reducirlo al lenguaje limpio y directo de una ecuación. He ahí el juego de este libro. No se trata de ciencia ficción tradicional con naves orbitando planetas, se trata de poner en escena variantes de una misma pregunta acerca de cuán penetrante es el lenguaje, de cuánto puede dar cuenta de lo intangible, de lo inexplicable, de lo tenue, un conjunto de palabras ordenadas de una determinada manera que, en el caso de Protocolos naturales, parodia la objetividad y la precisión del lenguaje de la ciencia. Que en varios cuentos aparezcan científicos formulando ecuaciones para codificar algo tan volátil como la intuición es un equivalente narrativo de lo que hace Yamila con el lenguaje en sus historias: reducir la expresión, comprimirla, moldearla, volverla un producto sofisticado y complejo al servicio de la búsqueda de una posible explicación de la naturaleza humana; es decir: para cumplir uno de los más importantes objetivos de la literatura.

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